La primera imagen que el visitante obtiene del Centro Penitenciario La Moraleja es la de la torre de control, que emerge entre los pabellones que componen el complejo ubicado en la carretera que une Dueñas con Cevico de la Torre. Líneas rectas y plantas cuadradas y rectangulares dominan su arquitectura, donde, como pequeños estallidos, encuentran acomodo ciertas formas de expresión que van desde columnas de colores y murales en las paredes hasta cuadros pintados por los propios internos, una muestra de que, en ese emplazamiento, también conviven, en el día a día, inquietudes artísticas, ganas de aprender y anhelos culturales.
Fue en ese módulo, en un salón de actos decorado con carteles de películas como El ultimátum de Bourne, Los cuatro fantásticos y Silver Surfer y Flightplan, donde, ayer, las hermanas Cristina y María José Barcelona presentaron ante los internos que conforman el jurado del Premio Especial de La Moraleja al mejor cortometraje, su documental Jorge. Una travesía de Coque Malla, una cinta enmarcada en la programación de la 32ª Muestra de Cine Internacional de Palencia y que los reclusos tuvieron oportunidad de ver el pasado jueves. Ante un público que se afanó en preguntar sobre distintos aspectos de la cinta y con el director de la Escuela de Cine de Palencia y responsable de los talleres de cine y televisión del centro desde 2008, Francisco José Sánchez, como moderador, las realizadoras granadinas expusieron el germen de la película sobre el que fuera líder del grupo Los Ronaldos.
«No pretendíamos hacer el típico documental para promocionar a un artista», explicaron las cineastas, que abordan en su obra la historia de superación de Coque Malla, cantante que alcanzó a mediados de los ochenta una notoriedad vertiginosa —para los que, motivados por la curiosidad, vayan a buscar su nombre en Google, es el autor del tema No puedo vivir sin ti— para, con la misma rapidez, caer en el ostracismo y tener que resurgir de sus cenizas. «Se puede salir de cualquier cosa», indicaron las hermanas Barcelona, que trazaron un paralelismo entre la situación que plasma el documental y la que puedan vivir los usuarios del centro penitenciario, donde ya habían acudido en anteriores ediciones de la Muestra, una experiencia que definieron como «enriquecedora» y que culminó con una entrevista en la radio de la prisión por parte de los participantes del taller, muchos de los cuales han descubierto el placer de ponerse detrás de las cámaras y los micrófonos en La Moraleja.
Y es que llamaba la atención el despliegue técnico del salón de actos, con tres operadores de cámara pendientes, en todo momento, de registrar el evento y las intervenciones para la televisión del recinto, que emite dos horas de programación propia al día y cuyos integrantes manejan objetivos, trípodes y micrófonos con ese mimo especial de alguien que ha descubierto una afición y, todavía, no la ha convertido en un oficio. «Estás en el módulo aburrido y buscas hacer algo para entretenerte, entras y le coges el gustillo», explicaba Emilio, uno de los cámaras, que reconocía carecer de experiencia en el mundo audiovisual antes de comenzar este taller hace un año.
Más arriba, en la emisora de radio, Rafa, seis temporadas al frente de los programas y Jefferson, con tres a sus espaldas, conversaban con las directoras del documental ante la mirada de Jesús, José y Pepe, «vírgenes», como ellos mismos bromeaban, en el mundo de las ondas, y cuyo estreno frente al micrófono está previsto para la semana que viene. Los cinco forman parte del jurado del Premio Especial de La Moraleja, que este año alcanza los 26 miembros. Rafa, veterano en estos lares y con afición a la radio antes de ingresar en el centro, destacaba la homogeneidad de las propuestas de esta edición. «Los cortos eran bastante monotemáticos», señalaba ante los gestos de asentimiento de sus colegas, que echaban en falta «algo más de diversidad» y «tintes de humor» en la muestra, aunque destacaban como positivo ese poso social. «Parece que, en la mayoría de cortos, siempre hay una moraleja», apuntaba Jefferson, un diagnóstico que compartía Jesús, para quien «el buen cine es aquel que te transmite algo, que despierta algo en tu interior».
Este jurado, cuyos integrantes participan de manera voluntaria, ha decidido otorgar el galardón dotado con 1.000 euros al corto Harta, de Júlia de Paz, sobre una niña de 12 años que, el día de su cumpleaños, es obligada a verse con su padre en un centro de encuentro familiar debido a la sentencia de violencia de género que este tiene sobre su madre. «Que aquí todos sean todos hombres y hayan elegido ese corto como ganador, me parece muy ilustrativo de cómo han vivido esta experiencia y cuánto la han disfrutado», planteaba Mercedes, educadora social que lleva en el centro penitenciario desde 2008 y quien, junto a instituciones como la Universidad Popular de Palencia, encargada de muchos de los talleres, y la propia MCIP, se ocupa de ofrecer a los internos alternativas que los mantengan ocupados, les den una rutina y los motiven a reflexionar sobre su situación, una actitud que se condensa en una de las preguntas a las directoras del documental que realizó uno de los presos: «¿Creen que, si no hubiese sido por tener a su gente cerca, el protagonista habría podido salir adelante?».
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